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Automóviles eléctricos: Nuevas soluciones imponen nuevos retos

Los automóviles eléctricos, poco a poco, desplazan a sus pares de combustión interna. El impacto ambiental y la necesidad de nuevas fuentes de energía han sido determinantes. Sin embargo, los retos no son pocos, tanto en lo económico como en lo tecnológico y social. Cambios en los paradigmas empresariales, necesidad de reducir los costes asociados a las baterías y manejar adecuadamente el impacto laboral son solo algunos de los desafíos que se plantean para una transición que ya es una realidad.

El sector del transporte es un eje fundamental en el desarrollo de las sociedades modernas. Los avances han sido vitales a la hora de diseñar y consolidar nuestras ciudades. No obstante, como toda tecnología, cada solución planteada por el ingenio humano acarrea nuevos problemas. El automóvil es un buen ejemplo. Si bien muchos lo consideran como el gran invento del siglo XX, su consolidación como medio de locomoción no ha estado exenta de problemas. La seguridad, el congestionamiento vial y la contaminación son, quizás, los más relevantes.

Buena parte del desarrollo en la industria automotriz ha estado dirigido, sobre todo en los últimos años, a mejorar en esos tres aspectos. Sin embargo, hay un elemento que resalta en el desarrollo del sector. A pesar de todos los avances, en lo medular la fabricación de automóviles ha cambiado muy poco. La combustión interna sigue siendo el eje central en casi un siglo. Pero en el futuro esa realidad está a punto de cambiar.

El gran reto ambiental

La industria se encuentra actualmente en un punto de quiebre. Se enfrenta a factores que demandan un cambio de paradigma. Por un lado, está la cada vez más estricta regulación medioambiental y de eficiencia energética. Además, el encarecimiento y menor disponibilidad de los combustibles fósiles. Este entorno impulsa a los países a responder a la necesidad de disponer de una independencia energética.

Todo ello está forzando a los fabricantes a mirar hacia un futuro en el que los sistemas eléctricos se vislumbran como la alternativa. No son pocos los que auguran para un futuro no tan lejano (2030-2040) un parque automovilístico eléctrico en su totalidad.

Cada vez más países apuestan por una sociedad libre de combustibles fósiles. Las implicaciones de esta transición son, además de los aspectos tecnológicos, los económicos y los sociales. Todo ello conlleva a que el proceso en sí mismo requiera no solo de la voluntad política para acometerlos, sino también de la capacidad para que una solución no sea fuente de problemas.

Nuevas necesidades de capacitación de personal

Desde el punto de vista de la industria automotriz, el cambio de tecnología exigirá una adaptación drástica del diseño y fabricación del sistema de tracción. Y ello implica una modificación total de su forma de trabajo. Los cambios no solo son de infraestructura, maquinaria y equipos. También están en la selección del personal.

Los vehículos híbridos y eléctricos incluyen un número elevado de componentes electrónicos. Debido a la fácil integración electrónica de los vehículos eléctricos, serán eliminados algunos elementos mecánicos. Entre ellos, estarían la transmisión o la columna de dirección.

Esta reducción del número de partes mecánicas en los vehículos repercutirá directamente en los proveedores de piezas y recambios. Las empresas se verán forzadas a amoldarse a las nuevas necesidades. Para ello, deberán apuntar a la diversificación de mercados, la especialización o la adaptación a la fabricación de los componentes específicos que requiere esta tecnología.

Los efectos de esta situación no solo tendrán un impacto financiero, sino también laboral y, por ende, social.

Ello será particularmente crítico en aquellos países cuyas economías son altamente dependientes de la industria automotriz y sus sectores conexos.

Impacto en los empleos

En España, por ejemplo, el sector automotor genera 300.000 puestos de trabajo directos y otros dos millones indirectos. Esto es casi un 10% de la población económicamente activa. En las 17 fábricas españolas de diferentes marcas se manufacturan 43 modelos. Además, aporta esta industria cerca del 14% del total de las exportaciones españolas y el 8,6% del PIB.

Las exigencias de mano de obra van a variar de modo significativo. Por un lado, se requiere reducir el número de trabajadores en las fábricas de coches eléctricos debido a que tienen menos piezas.

Por otro lado, estos vehículos necesitan de menos mantenimiento, dado que no tienen motores de combustión y, por ello, la lubricación que se requiere es menor.

Esta mano de obra deberá migrar a otras áreas, que generarán empleo. Pero para ello se requiere otro tipo de conocimiento y de destrezas. El reto educativo también estará presente.

Las baterías son una razón de peso

El mayor peso en este cambio lo llevan las baterías. Y al hablar de peso, no se hace solo en forma metafórica. A pesar de la reducción de subsistemas en algunos modelos, los vehículos eléctricos presentan, en comparación con sus equivalentes de combustión interna, un peso total superior.

La diferencia radica principalmente en las baterías. Un motor de combustión interna pesa alrededor de 100 kilogramos. Uno eléctrico tiene en promedio 50 kg. Sin embargo, mientras la gasolina que almacena un tanque puede añadir unos 50 kg., la batería para un coche eléctrico está entre 150 y 250 kg.

El principal causante de esta diferencia es el hecho de que la tecnología de baterías, aunque está en continuo avance, todavía presenta tasas de eficiencia energética muy por debajo del rendimiento de la gasolina o el gasoil. Por esta razón, lograr la misma energía que proporciona un kilogramo de gasolina, requiere 25 kg de baterías. En virtud de ello, incrementar la autonomía implica un aumento exponencial del peso de un vehículo eléctrico en una cantidad inviable o poco rentable.

Un segundo aspecto es que, por ahora, la batería constituye cerca del 30% del coste total del vehículo eléctrico. Ello coloca a estos coches en un rango de precios que dificulta, al menos de momento, ganarse el favor de los consumidores.

(Energía 16)

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